Santo Domingo, 27 de marzo de 2019
El Papa Pío IV, hace 455 años, tomó la decisión de crear la Diócesis de Orihuela. Exactamente en el Consistorio del 14 de julio de 1564. De entre las razones aducidas para llegar a esta decisión destaca la necesidad de evangelizar y atender mejor a la conversión de los cristianos nuevos de estas tierras.
Pocos años después, el primer Obispo de Orihuela, D. Gregorio Gallo, catedrático de la Universidad de Salamanca, promovía el primer Sínodo diocesano en 1569, que “tuvo como primer objetivo la evangelización del territorio del Obispado, la principal razón que decidió la creación de Orihuela como Diócesis independiente”, y esto tanto “de las ciudades y, sobre todo, de las zonas rurales, con un empeño y dinamismo mayor que cuando el territorio pertenecía al Obispado de Cartagena” (J.A. Martínez “Historia de la Diócesis de Orihuela-Alicante”, p.75).
En este contexto y en ese mismo año de 1569, el Papa S. Pío V, por la Bula “Pridie nonas Augusti” elevó el Colegio de Nuestra Señora del Socorro y de San José a Universidad. Esto refrendaba a esta institución que ya era testimonio de la excelente labor de los dominicos a favor de la fe con su intensa actividad misionera en el territorio (cfr. Ibid. P. 110-111). Esto coronaba el sueño del Arzobispo Loazes cuya envergadura y coste hablan de un gran proyecto evangelizador hacia los moriscos y hacia los cristianos viejos por medio de una formación de alto nivel que preparara pastores y laicos capaces de transmitir la fe y guiar la reforma de la Iglesia y la Sociedad.
Con estos antecedentes y ante la realidad actual de nuestra sociedad y lo que deseamos para nuestra Iglesia, para la que el Santo Padre el Papa Francisco quiere una “conversión pastoral y misionera” (Evangelii Gaudium, 25), con un perfil netamente evangelizador, “en salida” según su ya conocida expresión, es lógico que ante una conmemoración tan importante y significativa para nuestra Iglesia diocesana, no nos haya parecido oportuno quedarnos en unos cuantos actos externos que nada aporten, sustancialmente, a nuestras necesidades; sino más bien hemos considerado procedente promover, a la altura y en sintonía con aquello que conmemoramos, una acción acorde con lo que necesitamos, en este caso un Congreso Diocesano de Educación, que sirva a la situación de “emergencia educativa” en que vivimos y de la que habló certeramente el Papa emérito Benedicto XVI, impulsando a nuestros centros de enseñanza como ámbitos de humanización plena y de evangelización, en sintonía, complementariedad y armonía con las familias y las comunidades cristianas.
Nuestra Diócesis –tal como refleja año tras año el Plan Diocesano de Pastoral que venimos impulsando- vive al servicio de la misión en esta querida tierra, es decir, al servicio de que la gente se encuentre con Dios, que es lo mejor que nos puede pasar. Y debe seguir abriendo caminos para ser Iglesia servidora, precisamente de este encuentro decisivo con Él, especialmente, en los más jóvenes, tal y como desde el reciente Sínodo sobre la fe, los jóvenes y la vocación se nos reclama y que ha fijado Papa Francisco en su Exhortación postsinodal recentísima. Una Iglesia diocesana, pues, comprometida en ofrecer el mensaje salvador de Jesús a los niños y a los jóvenes, sirviéndolos en los ámbitos privilegiados de la familia, de la escuela, y la propia parroquia y los movimientos y comunidades eclesiales.
Dentro de este horizonte queremos inscribir esta Conmemoración y el Congreso anunciado, de modo que nos hagan enriquecer la mirada, ensanchar el pensamiento y profundizar en la luz de la fe, un Congreso que no quede en grandes principios y luminosas teorías, sino que sirva a su aplicación (de ahí las dos fases en que lo hemos programado), estimulando realmente la renovación pedagógica y misionera de nuestros espacios educativos.
Todo, bien conscientes de estar viviendo un verdadero cambio de época y un momento histórico que está marcado por una profunda “crisis antropológica” y “socio-ambiental” de ámbito global. Estamos, en palabras de Papa Francisco, ante un gran “desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración” (Laudato Si, 202). Pero no debemos temer los cambios ni los desafíos, la Tradición viva de la Iglesia –obra del Espíritu-, de modo permanente está abierta a nuevos escenarios y nuevas propuestas desde la razón y la fe, y ahora, como otras veces durante dos mil años, estamos sencillamente en un tiempo que requiere un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma (cfr. Veritatis Gaudium, Proemio, n. 3).
Pido a Dios que esta conmemoración que hoy abrimos, y el mismo Congreso, sirvan a estas necesidades en el marco histórico que estamos, y que sean circunstancia de encuentro, de avance en la comunión y el enriquecimiento de distintas realidades como son los diversos Colegios diocesanos y de la Escuela Católica, y de cuantas personas y espacios educativos de todo nivel y adscripción deseen asistir; trabajando para que desde el primer momento vayamos más allá del marco estrictamente local, para que el bien llegue a muchos, pues lo que conmemoramos para muchos nació.
Queridos amigos: abrimos solemnemente, en el ámbito espléndido del templo del Colegio de Santo Domingo, la Conmemoración de los 450 años de la creación de la Universidad Pontificia de Orihuela. Que sea para bien. Gracias a todos. Dios nos asista. Así sea.
Jesús Murgui Soriano, Obispo de Orihuela-Alicante.
Apertura de la Conmemoración de los 450 años de la Bula de erección de la Universidad Pontificia de Orihuela.